El suicidio es un tema tabú, delicado, incómodo, y por ello muy poco tratado, con el que se ha atrevido Xavier Uriz, autor que se prodiga poco, pero se muestra siempre certero en sus propuestas, y que ha urdido una lúcida y valiente reflexión sobre el derecho a una muerte voluntaria, digna y coherente, que por alusiones no cuesta demasiado conectar con el debate sobre la eutanasia, pero que acaba derivando hacia una decidida y profunda reivindicación de la vida. Un interesante texto de construcción y estructura más clásica de lo que pueda parecer a primera vista, pero que en manos de Carlota Ferrer acaba a merced de una puesta en escena que se lo hace suyo, y convierte el espectáculo en una experiencia más visual que textual, potenciando algunos aspectos con sus imaginativas propuestas escenográficas y coreográficas, pero depreciándolo en algunos otros con su invasivo protagonismo estético. Un irregular desarrollo que no siempre consigue la idónea simbiosis entre forma y fondo, aunque finalmente el todo se inclina hacia el lado positivo, admirable en algunos momentos. Muy favorecido además por sus eficientes interpretaciones, de las que destacaríamos, como siempre, la rotunda eficacia de Caterina Alorda, y la hipnótica presencia avatárica de la debutante Eli Tulián, sin que ello desmerezca el buen hacer de un esforzado y polivalente elenco.
El epílogo, en cambio, me desconcertó. No me gustó y lo creo innecesario. Un mal menor, en cualquier caso, que no empaña otros méritos del conjunto.
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