Tal vez estemos ante la película animada del año. La que podría destronar a Pixar y cuestionar su reinado. La que demuestra que hay vista después del 3D, y ya no es la única opción válida en el mercado global. Cuando la insistencia y reincidencia estaban saturando las pantallas de spidermans cada vez más vulgares y previsibles, nos llega otra opción, la animada, y nos ofrece uno de los espectáculos más deslumbrantes de la temporada. Electrizante. Vertiginosa. Una auténtica exhibición de virtuosismo formal y narrativo. Un festín visual sin precedentes, donde todo cabe, y todo funciona. Una obra fundacional que podría ser la puerta de entrada estética para un nuevo modo de animar cine, que a ratos parece real y por momentos puro cómic. Viñetas clásicas en movimiento, como nadie había dibujado/filmado desde la notable Sin City de Robert Rodríguez. Con una energía hipnótica desbordante que arrastra al espectador por un laberinto argumental tan complejo como bien hilvanado, para resolverlo después con unos fuegos artificiales que resultan tan desmesurados como íntimos. Asombroso. Difícil de definir y de calificar. Brillante en cualquier caso. Imposible no dejarse impresionar, incluso aunque no seas consumidor habitual de este cine. Y créanme que yo cada vez lo era menos por culpa de los excesos, del más difícil todavía como estrategia comercial de masas. Y ahora resulta que me ha recuperado no un regreso a las fuentes primigenias o a la esencia del personaje, sino un viaje interdimensional donde coinciden spidemans de diferentes épocas y procedencias. Hasta un dibu. Increíble pero cierto, y funciona. Llegas incluso a empatizar con ellos. Y desde luego no faltan los guiños y homenajes Marvel, el cameo de Stan Lee y hasta sus reflexiones a modo de despedida. ¡Qué lástima haberla visto ya!
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