Ibiza sigue luciendo bonita incluso en una película tan fea como esta. Es lo único bueno que voy a poder decir de esta boba cinta francesa. Una auténtica tontería que a ratos quiere escapar de la astracanada para convertirse en amable y convencional comedia familiar, pero no tiene gracia ni en un capítulo ni en el otro. Y desde luego tampoco cuando usa los prejuiciosos y consabidos topicazos para definir Ibiza como “una isla de yonquis”, y poner un camello a la puerta del aeropuerto y otro a la del hotel. Me reservo lo que pienso por si algún menor lee esta crónica.
A partir de ahí todo es material de derribo. Los “imprescindibles” lugares comunes que un indocumentado espera conocer de la isla, tales como el desmadre nocturno del Ushuaia, las drogas a granel, las estrafalarias ticketeras de discoteca de aspecto erótico-apocalíptico o las fiestas hippies y nudistas en la playa donde todos van emporrados (claro que han llegado casi 50 años tarde para que el estereotipo les encajase en la actualidad). Pero es que ya me lo veo venir. Ya sé lo que pasa. Están creando una lamentable franquicia del rollo “Resacón en la isla”, y ya deben estar preparando la segunda parte, que se titulará “Un verano en Magaluf”, por ejemplo. Vuelvo a reservarme los adjetivos que se me acumulan en la rampa de lanzamiento.
Un verano en Ibiza es una mala película. Punto. Sin gracia ninguna. Interpretada por un histrión desubicado (Christian Clavier) que solo puede entretener a golpe de chauvinismo en su país – repasen su filmografía y ya me dicen), y una Mathilde Seigner que merece mejores personajes.
Y sí, soy ibicenco. Pero de no serlo el film no sería mejor ni menos zafio.
Javier Matesanz
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