Hay dos películas en esta película. Una comedia exótica, que mezcla un vodevil de amigas dispares y los equívocos propios de los sempiternos contrastes culturales, y un melodrama que combina ternura y visceralidad emocional con chispazos de rabia y denuncia contra los desesperantes escollos de la burocracia, tan farragosa y lenta en España como en Vietnam. Y el resultado es desigual, pero tan divertido como empático. Nunca aburrido, en cualquier caso, y aunque más tontorrón que incisivo, lo cierto es que funciona como amalgama de sensaciones hasta derivar en un divertimento sentimental con trasfondo crítico.
El punto de partida, que imagino del todo inviable en un proceso de adopción real, es inquietante, triste y sorprendente. Una buena idea sobre la que construir un film: la muerte de una mujer en trámites de adopción internacional de una niña asiática, que le es concedida póstumamente, y los esfuerzos de la abuela por hacer efectiva dicha operación. Pero a partir de ahí, en vez de buscar el rigor legal de la trama, lo que funciona son las ocurrencias verbales del guión. Los diálogos más que las situaciones, que nunca son demasiado creíbles. Y es que resulta fácil simpatizar con el reparto, y dejarse llevar por el humor que destilan, incluso en los momentos más tristes y traumáticos, y olvidarse así de algunas secuencias previsibles y casi caricaturescas, donde los intérpretes se desmelenan en su peor versión, la histriónica. Aunque la media, todo hay que decirlo, es bastante buena cómicamente. Algo que no debe sorprender a nadie con Carmen Machi y Adriana Ozores en acción. Dos actrices tan dotadas para la risa como para el llanto. Espléndidas ambas. Algo que también se ha empeñado en demostrar, aunque desde detrás de las cámaras, Patricia Ferreira, que hasta la fecha no había flirteado con la comedia. Y tampoco se le da mal, aunque no es esta su mejor película.
Javier Matesanz
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