Superlópez

Nada es demasiado bueno en este Superlópez, y algunas cosas son, de hecho, bastante mediocres. Casi todas las relacionadas con el guión. Hay ideas ocurrentes (por ejemplo, la pelea de superhéroes de parque luchando por la exclusividad en la zona); y Dani Rovira encaja en el papel, aunque no destila el carisma suficiente que el personaje necesita para convencer. Y es que la película tarda mucho, muchísimo, en interesar mínimamente. Después de unos magníficos créditos iniciales (el prólogo, en cambio, es de lo más tontorrón), que nos presentan la cinta con estética de viñeta, planos ralentizados y saturados de color, y una planificación enfática que homenajea el cómic original de Jan, padre editorial de la criatura, el film se estanca en la cotidianeidad sosa y anticlimática del rutinario oficinista, que casi no hace nada – o al menos nada de interés-, y adormece los ánimos del espectador más entusiasta. Una hora tarda el menda en empezar a jugar con sus poderes, aunque lo haga torpemente y a disgusto, un poco en la línea de aquel Ralph Hinkley, El gran héroe americano de los 70. Y ahí, al menos, la cosa se anima. Aunque el humor casposo y facilón entretiene lo mínimo, y ya no recupera a un público que a esas alturas está más cerca de la resignación frente a decepciones bobaliconas como la lamentable Cuerpo de élite, que de la lúcida estupidez de Mel Brooks, que era capaz de justificar un film patético con un par de genialidades cómicas.

Un bagaje muy pobre teniendo en cuenta que se esperaba mucho de Ruiz Caldera, que había facturado una espléndida adaptación de otro grande de la tinta hispana, el igualmente absurdo y heroicamente torpe Anacleto, agente secreto. Puestos a elegir, espero que la secuela se la dediquen a éste, y no recojan el testigo que, en forma de chupete, nos brinda un inquietante Berto en el epílogo a lo Marvel que cierra el film.