Personalmente ando algo perdido, de modo que no contextualizaré con demasiada precisión este nuevo film arácnido que significa el inicio, creo, de una nueva trilogía, la tercera dedicada al personaje, ligada esta vez a sus colaboraciones con los Vengadores y bajo el tutelaje de Tony – Iroman- Stark. Una relación que se inició ya en la tercera entrega de la serie dedicada al Capitán América, y en la que Tom Holland se enfundó por primera vez su sofisticado traje de látex. Un novato entre superhéroes que no acaba de cogerle el tranquillo a sus poderes. Una torpeza iniciática que acaba marcando el tono de su primer film como protagonista, y que parece más un manual de uso en un campamento de aprendizaje, que una verdadera aventura Marvel. Aunque, eso sí, se utiliza a Vulture, uno de los villanos nacidos de la imaginación de Stan Lee (que también hace su cameo habitual), el cual acabará prometiendo venganza post-créditos para garantizar la continuidad de la saga y la presencia del magnífico Michael Keaton, que curiosamente parece haberse retrotraído a su ficticia época previa al oscarizado papel de Birdman (esta reflexión está un poco pillada por los pelos, lo sé).
Lo que ocurre es que el film es tontorrón. Buscando el tono de cómic cae en el cartoon, y no es lo mismo. Se alarga mucho, demasiado, con tanto chiste, tanto chascarrillo, tanto tropezón y batacazo, y hacen difícil tomarse en serio el personaje, y por ende la película. Y lo cierto es que Spider-man, aunque adolescente, nunca fue un justiciero guasón. Solo algo bocazas y desmañado. Y encima el clímax resulta confuso, más ruidoso que espectacular, y más psicodélico que emocionante. Suerte que los diez últimos minutos, sin acción ni explosión alguna, son de lo mejor del film. Menos es más. Un retrato preciso de Stark y de Spiderman, e incluso de Happy y, si me apuran, de una desaprovechada Marisa Tomei.
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