Con rotundidad pero sin estridencias, Quien a hierro mata es un intenso thriller dramático que apuesta por la contundencia en detrimento de la acción, pero sin perder una intensa capacidad perturbadora, que es aquella que brota de empatizar con el ojo por ojo. Y por ello el relato nos sobrecoge, nos devasta emocionalmente, cuando el verdugo deviene víctima, pues nos sentimos en parte culpables por la vía de la complicidad criminal. Ni en la ficción es bueno justificar la venganza, y menos cuando esta es tan sibilina como enfermiza. Es por eso que pocas veces un refrán ha derivado en tan acertado título, pues en el demoledor último tramo del film, con un cruel e inesperado giro de último minuto, se nos congelará el aliento con el dolor ajeno, que de algún modo sentimos como propio. Un merecido castigo, además de lección moral, por aplaudir el ensañamiento.
Paco Plaza hace un encomiable esfuerzo de contención – inesperado tras sus incursiones infecciosas en REC y los desmanes paranormales de Verónica-, para dotar su historia de credibilidad cotidiana, para no alejarse de los derroteros de la realidad, y que no parezca su película un de esas vengativas de allende los mares con Liam Neesson pasando cuentas familiares con los malos. El film es casi costumbrista, pero no por evitar efectismos y pirotecnia violenta resulta menos estremecedor. Y claro, en manos (literalmente) de Luis Tosar, tan creíbles resultan las secuencias íntimas como los momentos más turbadores, pues pocos acores tienen la envergadura interpretativa necesaria para aunar vulnerabilidad y amenaza en un mismo plano.
Atención a Enric Auquer, actor catalán de convincente acento gallego, que se postula como nombre a recordar.
Javier Matesanz
Els vostres comentaris