Peaky Blinders es la serie que hubiera hecho David Fincher si le hubieran dicho que hiciera una serie sobre los inicios de la mafia en la Inglaterra de los años 20. Es una serie que sale de las tripas y que se y te devora con la misma pasión. Visceral en imágenes, fotografía, banda sonora, emociones, drama y maldad, no es apta para estómagos y cerebros delicados. Sus personajes desayunan un buen trozo de carne muy poco hecha y un vaso de whiskey single malt, sus historias son las de aquellos que creen en la familia por encima de la sangre y la vida ajena, y la resolución de sus problemas no siempre es la que se hubiera tomado por consenso. Peaky Blinders lleva tres temporadas que han ido creciendo con sus personajes, con la audiencia y, sobre todo, con los magníficos actores que interpretan a sus protagonistas.
Hay mucho cine en Peaky Blinders. Si bien es cierto que, en ocasiones, su tramposa producción ataca más a la emoción de sus seguidores y resulta algo burda en el desarrollo de las historias, cercanas al culebrón en algunos casos, consigue el efecto deseado y la eficacia narrativa convence y engancha. Rebuscados planos convierten las escenas en fotografías para enmarcar, el uso de cámaras lentas y contraluces dibujados con fuego transforman en épicos algunos momentos que no tienen esa importancia en el desarrollo global, y una banda sonora con un peso narrativo más que considerable (Tom Waits, PJ Harvey o Nick Cave son solo algunos de los artistas que redondean y alimentan las escenas con algo más que guión). La serie se ha convertido en una de esas que se quedan en la retina y de la que se espera tenga una larga vida.
Cillian Murphy, Sam Neil, Paul Anderson, Helen McCrory, Tom Hardy, Eric Campbell y Sophie Rundle consiguen, por su parte, que el espectador crea más allá de la pantalla. Es cierto que el magnífico ritmo narrativo compuesto por Steven Knight, su creador y director de algunos capítulos (además de la brillante Locke y la enigmática Taboo), ayuda a que puedan desarrollar sus personajes, pero estos actores (mención especial para Murphy y Hardy) ofrecen un verdadero recital de buen hacer.
Peaky Blinders engancha con la misma visceralidad que ofrece en la pantalla. Es enorme y pequeña a la vez, culta y de culto. No será nunca una serie de consumo de millones de espectadores, pero ¿acaso importa cuando, a los que gusta, gusta tanto? ¿Habrá más? Por supuesto. Aunque no sea fácil ni para todos.
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