No suele fallar Patricia Ferreira. Es una de esas directoras a la que los críticos definen como ‘honesta’, que cuenta bien las historias, saca partido de sus actores y mezcla con eficacia la intriga con el drama personal, a veces íntimo. Le avalan títulos cómo ‘Sé quién eres’ o ‘El alquimista impaciente’. Sin embargo, en Los niños salvajes se estrella, quizá por exceso de ambición, por querer contar demasiadas cosas desde demasiados puntos de vista. Y es que la cinta es una torpe y deshilvanada aproximación a la rebeldía adolescente, donde – por hablar de potenciales referentes – no hay ni rastro de Truffaut, ni de Lindsay Anderson (‘If…’), y quizá algo de Larry Clark, aunque mucho más ‘light’ -. Y eso, a pesar de contar con actorazos como Emma Vilarasau, Francesc Orella, Montse Germán, José Luis García Pérez, Ana Fernández , Clara Segura y Marina Comas – la niña de ‘Pa negre’ – que va para estrella.
El conflicto intergeneracional – como consecuencia del fracaso pedagógico de los padres y las fallas del sistema educativo – desemboca en unos hechos traumáticos que vamos descubriendo a cuentagotas, a través de saltos en el tiempo y de una narración difusa que le resta contundencia. Además, chavales, profesores y padres responden a arquetipos sin demasiadas aristas, previsibles y, en algunos casos, caricaturizados para subrayar sus carencias. Ahí está el estudiante aplicado que lleva un contestatario dentro, el líder gamberro, la madre sobreprotectora, el padre egoísta y tirano, el machista que transmite valores muy cuestionables, el profesor cabrón, la orientadora guay… pero todo muy de manual. Así vamos avanzando, por cauces más o menos anodinos, hasta que llegamos al desenlace, que podría haber sido impactante si no fuese porque a esas alturas ya nos hemos dejado el interés por el camino. En esta ocasión, la mezcla entre el supense por conococer en que acaba todo con los dramas familiares y la frustración de los docentes no fluye en nungún momento.
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