Es lo que tiene ponerse creativo y nostálgico al estilo de Los peores años de nuestra vida; y si además, y ya que estamos y admiramos a Emilio Martínez Lázaro, le copiamos la fórmula de las canciones intercaladas de El otro lado de la cama (aunque con el becario en funciones de coreógrafo), pero modernizando la fórmula según la sofisticación generacional de un Cesc Gay con Una pistola en cada mano, y sin perder de vista el inevitable referente del maestro Altman en Vidas cruzadas; lo que ocurre, digo, es que si el cóctel te sale regular y tirando a insípido, como a Peris Romano, entonces lo que queda es Los miércoles no existen, que tiene el dudoso honor de parecerse a muchas películas y que todas tengan más personalidad o más gracia que ella. De hecho, de no ser por Alejandra Jiménez o Gorka Otxoa el resultado sería tan insignificante como un convencional capítulo de sit-com de madrugada.
El conjunto es muy irregular. Tanto como las interpretaciones (Noriega tampoco canta bien). Y hay una cierta indefinición en los planteamientos genéricos que hace oscilar el film entre la comedia payasa (el guaperas tontorrón y vanidoso) y melodramáticas y amargas reflexiones de pareja, sin que nunca llegue a posicionarse ni como crónica sentimental ni como parodia romántica ni como crítica al tópico del género, que es hacia donde parece decantarse en algunos momentos, tal vez los mejores, de la mano del mencionado Otxoa. Poca cosa. Casi nada.
Javier Matesanz
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