Ignoro cuánto tarda el prolífico Spielberg en levantar un proyecto, y por ello tal vez mis intuiciones me fallen, pero mucha casualidad se me antoja la coincidencia del estreno de Los archivos del Pentágono con el primer aniversario de la presidencia de Donald Trump, el enemigo público número uno de la prensa y de la libertad de opinión en general, y con el movimiento “me too”, colofón de la inercia internacional del empoderamiento social y laboral de la mujer. Los dos temas que precisamente focalizan el interés argumental de este film, que dividido en dos relatos perfectamente entrelazados y que se retroalimentan, acaba por convertirse en un díptico reivindicativo de ambas cuestiones. Bien explicadas, en un tono a ratos casi educativo, y aún mejor escogidas dada su vergonzante actualidad, pues han pasado casi 50 años de los hechos relatados y aquí estamos. Acaso ese Nixon siniestro, visto de espaldas y al teléfono desde los ventanales sombríos de la Casablanca, ¿no podría perfectamente esconder un ridículo tupé en su irracional frontispicio? ¿Y no continúan hoy las ausencias y las dudas en materia de responsabilidad financiera femenina en los círculos de poder? La respuesta, lamentablemente, es sí. Y por eso el espectador abandona la sala con una cierta sensación de desasosiego, de decepción, de rabia por cargar con una asignatura histórica pendiente y estar suspendiéndola otra vez.
Cinematográficamente el film es todo corrección, aunque sea más interesante como documento sociopolítico. Podríamos decir que fue mejor el de Pakula: Todos los hombres del presidente, que cronológicamente vendría ahora. Pero es indudable que Spielberg sabe rodar, que controla los ritmos internos y mide mejor la glucosa cuando se trata de emociones sociales y no sentimentales (Munich fue un ejemplo magnífico); y Meryl Streep y Tom Hanks, bueno, son formidables, desde luego.
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