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El rey de la Habana

El rey de la Habana

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Cuándo creíamos que Villaronga no podía ser más dramático, más duro, más intenso, más oscuro, llegó El rey de la Habana. Créanme que nadie quedará indiferente. Imposible permanecer impasible ante tanta pasión primitiva, visceral, desatada y a ratos pervertida; un vaivén existencial puramente instintivo. Tan emocionante como emotivo, y dolorosamente rotundo como crónica sentimental narrada desde la perspectiva de una supervivencia condicionada por el orgullo, que al final desemboca en una tremenda y definitiva historia de amor y muerte. Romanticismo sucio, roto y desesperado. Feo, pero hermoso hasta el desgarro. Culminado con una metáfora perfecta del film y la vida de sus protagonistas, sepultados por la mierda que cubre el mundo que les tocó vivir.

El retrato de la Cuba embargada es devastador, pero no se trata de eso. Es un contexto dramático que da que pensar, que puede sacudir alguna conciencia sensible o comprometida, de esas que se apaciguan al salir del cine, porque está muy lejos, ya lo sabemos; pero Villaronga habla de personas, y sobre ellas pone el foco. Un foco amargo, áspero y realista, que no concede tregua ni al público ni a los personajes. Demoledores los diez inesperados primeros minutos, que noquearán a un espectador aún desprevenido. Desasosegante el cuerpo central, que castiga sin concesiones a los desheredados, cuyo proyecto de vida sin futuro es superar un día tras otro, para lo que tan solo necesitan comida y sexo. Y no necesariamente por ese orden. Y desolador el desenlace, que Villaronga liquida sin regodearse, sin dramatismos excesivos, con la misma crudeza que ha impregnado todo el film, pero con la belleza poética de una intrigante sentencia final lanzada al aire, y que acariciada por la música de Joan Valent impulsa hacía los terrenos de la leyenda romántica y la épica social a su Reinaldo de la Habana.

Dirección y guión: Agustí Villaronga. Intérpretes: Maykol David, Yordanka Ariosa, Héctor Medina.

Javier Matesanz

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