Fúsi es el inconmensurable protagonista de este pequeño gran film. Un islandés inadaptado que con sus más de 130 quilos y más de 40 años sigue viviendo con su madre, nunca ha salido del país, nunca ha tenido novia – y mucho menos sexo-, trabaja de maletero en el aeropuerto, sin unas vacaciones que nunca ha pedido, solo disfruta de hacer maquetas de la segunda Guerra Mundial y, desde luego, no sabe bailar. Es un niño grande. Una montaña virgen, como reza el metafórico título original traducido a topicazos en nuestro país: Corazón gigante. Interpretado con intensa contención por un conmovedor Gunnar Jónsson, es el personaje más lacónico que ha protagonizado en años una historia de amor en la gran pantalla. Un amor disfuncional, un amor humano, pura emoción, pero sin romanticismo. Con generosidad y toda la sensibilidad que puede destilar esa mole de movimientos lentos y torpones, indecisos, sinceros, llenos de bondad. Una historia de amor al prójimo (una ella también diferente) y, finalmente, a sí mismo. Olviden los clichés del género. No va de pareja con problemas y final feliz. De hecho, tal vez lo mejor de este film, hiperrealista en ritmo y ambientación, austero y contemplativo, lento pero nunca vacío, es que evita la condescendencia y sacrifica el “cantado” happy end en pos de una coherencia hermosamente desgarradora, realista, y tal vez optimista, pero sin fastos emocionales. Una simple puerta a la esperanza para un hombre desubicado que, literalmente, alza el vuelo…, aunque lo haga solo una vez más. Pero al menos lo ha hecho. Ha dado ese paso que significar vivir y no solo estar vivo.
Puede que leyendo estas líneas parezca que hablamos de un film apesadumbrado, afligido, desolado. Y tal vez lo sea, pero créanme que sale uno con una sonrisa. Con un cierto sabor a victoria. La de los perdedores que van a seguir intentándolo.
Els vostres comentaris