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Captain Fantastic

Captain Fantastic

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El pensamiento crítico no sirve de mucho cuando es solo de barra de bar. Darse cuenta de que el mundo (la energía, la comida, la música, la educación, el sistema sanitario, el acceso a la vivienda, las relaciones y otros aspectos de cada día y cada noche) están ordenadas y coordinadas por unos pocos es una conclusión a la que muchos llegan con más o menos facilidad. Y luego es necesario predicarlo a las cuatro cervezas para demostrar que uno sabe en qué mundo vive. El siguiente paso es el complicado: ser consecuente con ese pensamiento. Consecuente más allá de condicionamientos sociales, familiares y afectivos de todo tipo. Y el cine no ha sido ajeno a esa tesis. La más que correcta Into the wild, de Sean Penn, planteaba precisamente la puesta en práctica de ese pensamiento crítico: la desconexión total para vivir con y de la naturaleza. Captain Fantastic la lleva más allá. Chris McCandless (perfectamente interpretado por Emile Hirsch) se marchaba él solo iniciando un viaje personal y físico en el que sólo se implicaba él. La historia dirigida por Matt Ross implica no sólo a Ben sino a su mujer y a sus seis hijos, y lo hace con una reflexión que atraviesa la línea de ese pensamiento y su puesta en práctica para llegar a la integración de nuevo en la sociedad. Porque la crítica es relativamente sencilla, ponerla en práctica en un entorno asocial es mucho más complicado, pero intentar integrar esa crítica y ese entorno de nuevo en el sistema para, qué remedio y qué placer, poder vivir, es lo verdaderamente imposible. Y ahí es dónde la película de Matt Ross da en el clavo. Ahí y en muchos otros aspectos.

Captain Fantastic no es sólo una reflexión sobre el mundo en que vivimos, sino una gran discusión sobre ser padre y criar a tus hijos más allá de lo que uno piensa. Porque ellos también piensan, sienten, son y dejan de ser. Y no tiene por qué ser el mismo pensamiento, sentimiento, ser y no ser que el de sus progenitores. Pero tampoco se trata de dar grandes lecciones ni de dirigir al público hacia una forma de vivir o educar o a otra, sino de plantearlo y dejar que sea el espectador el que, como pensador crítico, decida. Por eso la película resulta una gran lección. Porque con una gran historia y unos diálogos fascinantes, plantea, muestra y demuestra (al igual que hace un enorme Viggo Mortensen con sus hijos) cómo ve las cosas, para que el que quiera, lo plantee, muestre y demuestre. Y, sobre todo, actúe en consecuencia.

Aunque la película no funcionaría sólo si fuera un buen guión. Contar con un un grupo de jóvenes y niños capaces de llevar a cabo semejantes interpretaciones es contar con más de un as en la manga. Todos, desde la pequeña Zaja hasta Bo, el mayor, son capaces de que la empatía vaya más allá de la pantalla. Porque su interpretación es física y no sólo de lectura del libreto. Porque cantan y consiguen integrar la música en algunas secuencias que fijan las retinas y los tímpanos en cada nota. Porque no dejan que un gran papel de la carrera del eterno Aragorn (junto con el de Una historia de violencia o Promesas del Este) les haga sombra. Porque son perfectamente capaces de integrar ese pensamiento crítico, que es de lo que va todo esto, en un sistema que lo estandariza todo para su seguridad, no sea que alguien se contagie.

Por suerte, algunos seguirán celebrando el cumpleaños de Noam Chomsky.

Guión, dirección: Matt Ross. Intérpretes:  Viggo Mortensen, George MacKay, Missi Pyle, Kathryn Hahn, Frank Langella, Hannah Horton, Nicholas Hamilton.

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