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Blade Runner 2049

Blade Runner 2049

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El profesor le mira atónito. Es enorme, elefantina. Hay que estar muy loco para tocar el concierto número 3 de Rachmaninov. Un joven pianista David Helfgott se queda en silencio. ¿Estoy lo suficientemente loco, profesor? ¿Lo estoy? Shine demostraba que la locura es un rasgo que puede convertir la interpretación de una obra gigante, mítica, en una genialidad que va más allá de la consciencia. Y el director Denis Villeneuve está así de loco. Porque plantearse la continuación de una película como Blade Runner es un acto solo practicable por alguien que no entra dentro de los estándares de la cordura. Claro que Prisoners, Enemy, Sicario y La llegada dicen mucho de su comprensión del mundo y su traslado a la pantalla grande. Muy grande. La pantalla y su trabajo. Y Blade Runner 2049 no es una excepción. Magistral, densa, brutal, intensa, precisa, casi perfecta. Porque funciona como película única y como continuación. Y lo hace sobre un universo que se convirtió en arte y que consagró a Ridley Scott como uno de los mejores directores de su época (su anterior trabajo había sido Alien) y que ahora hace las veces de productor (que últimamente se le da mucho mejor que la de director), retorciéndolo, ampliándolo, refinándolo y tensándolo hasta límites que calan muy hondo. La densidad de cada plano, cada diálogo, cada movimiento de cámara, cada nota de la brillante banda sonora de Hans Zimmer, que recoge con maestría aquella obra maestra de las bandas sonoras de Vangelis, reconvierte lo que aparece en la pantalla en algo que va mucho más allá de una película.

Todo forma parte de una gran obra de arte perfectamente orquestada para convertir una gran historia en una historia magistral. La reconversión de un Los Ángeles 2019 en un California 2049 amplía el primer capítulo para darle más profundidad y convertir la primera en casi una introducción de lo que parece inevitable en ambas historias. Con una ambientación, dibujada por una perfecta fotografía de Roger Deakins (autor de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford o No es país para viejos), que convierte cada fotograma, igual que en los trabajos anteriores de Villenevue, en un póster para enmarcar. Todo va más allá de la forma, de la luz, del encuadre: transmite emoción, tensión, amor, odio. Y lo hace rememorando pequeños fragmentos, objetos, personajes, que ya aparecían en la historia anterior, para dotarlos de una nueva vida y dar un valor añadido a esa enorme fuga del concierto completo.

Las comparaciones son siempre odiosas, pero Blade Runner 2049 no puede compararse con Blade Runner, porque son dos partes de un todo. Una razón más para que algunos llamen a Villenevue el nuevo Kubrick. Puede ser, pero Kubrick solo hubo uno y Villenevue solo hay uno, y todavía tiene mucho que contar, aunque ya tiene poco que demostrar. Solo esperar a su siguiente trabajo y dejar que su cerebro siga trabajando más allá de la cordura para volver a interpretar a Rachmaninov. Gracias por hacernos sentir. Nosotros seguiremos dejándonos transportar.

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