La vulnerabilidad del cuerpo herido, la impotencia frente al dolor sin alivio, el daño como obstáculo para la libertad creativa, que tanto puede ser real como metafórico, pero auténtico en este extraño caso de teatro del movimiento autobiográfico y basado en hechos reales. Combinación arriesgada y poco habitual, que prescinde del texto, de la palabra, para sugerir y estimular emociones, sensaciones; para compartir esta experiencia creadora visceral que, casi entre estertores, persigue ilusiones, sueños otrora imposibles, tal vez pesadillas, que con tesón quedaron atrás y se transformaron en lenguaje escénico. Un trabajo nacido de la esperanza en tiempos difíciles, y con un final feliz evidente, dado que el espectáculo existe. Y aun sin verbo, 78 diumenges coquetea con la narración, algo que no debe ser exigencia en el género de la danza o el gesto, el movimiento, pero que aquí ejerce de base para que se exprese el cuerpo, la anatomía dislocada por el dolor, la desesperación del imposible sine die; y así caminar hacia un desenlace que quedará divertidamente en suspenso. Evidente pero sugerido, no mostrado. Un buen golpe de efecto para acabar, y que culmina un ejercicio que tal vez hubiera sido más consistente con una mirada coreográfica externa, que hubiera cohesionado las formas del todo, el discurso dinámico de la función, que sin duda se halla aún en construcción. Y así seguirá (ha evolucionado mucho desde las piezas cortas e iniciáticas que se presentaron al Art Jove y en el Cyclop), pues es un fragmento de vida, de su vida, lo que nos ofrece, lo que comparte Pere Mas. Acompañado, bien acompañado, por la asincronía musical y en directo de Emea, que ambienta, impulsa, envuelve, incluso sacude al protagonista, ayudándole a exhalar sus pulsiones. Un trabajo que aún debe y necesita caminar, madurar, para crecer y emocionar. Aunque de todo ello nos ofrece ya una valiosa muestra.
Javier Matesanz
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